De Vuelta a Ciudad Gótica

Tomaron por asalto nuestra cabeza y nuestro corazón desde las tapas de las revistas en los kioscos de nuestra infancia. Los colores heráldicos y chillones de sus uniformes, los emblemas cifrados en su amplio pecho (emblemas de variedad infinita: rayos, linternas, átomos, estrellas, murciélagos, cual blasones de estrambóticos escudos nobiliarios), las máscaras y antifaces ingenuos, que aun así disimulaban sus verdaderas identidades - ¿cómo es que la gente no se daba cuenta de que Oliverio Reina era Flecha Verde, a pesar del minúsculo dominó y el gorro a lo Robin Hood? Pero,: de alguna manera, la gente NUNCA se daba cuenta.

Es que desde la pintoresca lógica que regía esos universos a cuatro colores, las cosas eran así. Los supervillanos se esforzaban por pergeñar trampas elaboradas y deliciosamente absurdas de las que el héroe, en las últimas páginas, siempre conseguía escapar; nuestro sufrido planeta resultaba parada obligatoria para cuanta raza extraterrestre o entidad alienígena sintiera de pronto ansias irrefrenables de conquista; los viajes en el tiempo y el espacio estelar eran moneda corriente. ¿Qué chico podía resistirse al encanto de esas modestas epopeyas en cuadritos?

Se ha dicho hasta el cansancio que los superhéroes no son más que fantasías de poder pueriles o adolescentes, iconos equívocos e inmaduros que los años se encargan de arrumbar entre los olvidados y frívolos entretenimientos de la infancia. Puede ser. Pero es verdad también que sus folletinescas correrías eran un acicate para nuestra imaginación. Y, de paso, nos enseñaban que la abnegación y la generosidad existen: Bruno Díaz podría haberse quedado tranquilamente en su mansión ejerciendo el venerable “carpe diem”, pero elige complicarse la vida disfrazándose de justiciero encapotado todas las noches. Kal-El, el huérfano de Kryptón, podría haberse erigido en supremo autócrata de la Tierra, pero escoge servir a aquellos que no tienen su poder y que nunca llegan a conocerlo realmente, o tener idea de su íntima soledad. De esta materia están hechos los mitos y las leyendas, y no puede exagerarse lo fundamentales que son éstos en la formación de nuestra psiquis. Suena grandilocuente, pero no lo es.

En los últimos tiempos, los entrañables campeones cuyas aventuras nos colmaban los ojos y el espíritu de maravillas, no han sido bien tratados. En pos de un mal entendido “realismo” , se los ha hecho oscuros e hiperviolentos, conflictuados y pretenciosos. Por suerte, será una moda pasajera; ya recuperarán su idealismo luminoso, su arrojo lúdico y carnavalesco.

Vivo con mi Madre” intenta preservar ese espíritu de juego, de desenfado: la consigna periódica, retratar, en no más de veinte minutos, con lápices (tanto los tradicionales como los ópticos), tintas, crayones, acuarelas, etc,, los queridos fenómenos con los cuales manteníamos una cita de honor en los puestos de revistas y diarios.